martes, 22 de abril de 2014
martes, 8 de abril de 2014
lunes, 7 de abril de 2014
Orígen de la Filosofía. Karl Jaspers
La
historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos
hace dos mil quinientos años, pero como pensar mítico mucho antes.
Sin
embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es
histórico y acarrea para los que vienen después un conjunto
creciente de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado.
Origen es, en cambio la fuente de la que mana en todo tiempo
el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él resulta
esencial la filosofía actual en cada momento y comprendida la
filosofía anterior.
Este
origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el
conocimiento, de la duda acerca de lo conocido el examen
crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y de
la conciencia de estar perdido la cuestión de sí propio.
Representémonos ante todo estos tres motivos.
Primero.
Platón decía que el asombro
es el origen de la filosofía. Nuestros ojos nos "hacen ser
partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la
bóveda celeste”. Este espectáculo nos ha "dado el impulso
de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros la
filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la
raza de los mortales". Y Aristóteles: “Pues la admiración
es lo que impulsa a los hombres a filosofar: empezando por
admirarse de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron poca a
poco y se preguntaron por las vicisitudes de la luna y del sol, de
los astros y por el origen del un universo."
El
admirarse impele a conocer. En la admiración cobro conciencia
de no saber. Busco el saber, pero el saber mismo, no "para
satisfacer ninguna necesidad común”.
El
filosofar es como un despertar de la vinculación a las necesidades
de la vida. Este despertar tiene lugar mirando desinteresadamente a
las cosas, al cielo y al mundo preguntando qué sea todo ello y de
dónde todo ello venga, preguntas cuya respuesta no serviría para
nada útil, sino que resulta satisfactoria por sí sola.
Segundo.
Una vez que he satisfecho mi asombro admiración
con el contexto de lo que existe, pronto se anuncia la duda.
A buen seguro que se acumulan los conocimientos, pero ante el examen
crítico no hay nada cierto. Las percepciones sensibles están
condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son engañosas y
en todo caso no concordantes con lo que existe fuera de mí
independientemente de que sea percibido o en sí. Nuestras formas
mentales son las de nuestro humano intelecto. Se enredan en
contradicciones insolubles. Por todas partes se alzan unas
afirmaciones frente a otras. Filosofando me apodero de la duda,
intento hacerla radical, mas, o bien gozándome en la negación
mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su parte tampoco
logra dar un paso mas, o bien preguntándome dónde estará la
certeza que escape a toda duda y resista ante toda crítica honrada.
La
famosa frase de Descartes "pienso, luego existo" era para
el indubitablemente cierta cuando dudaba de todo lo demás, pues ni
siquiera el perfecto engaño en materia de conocimiento, aquel que
quizá ni percibo puede engañarme acerca de mi existencia
mientras me engaño al pensar.
La
duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen crítico de
todo conocimiento. De aquí que sin una duda radical, ningún
verdadero filosofar. Pero lo decisivo es cómo y dónde se conquista
a través de la duda misma el terreno de la certeza.
Y
tercero. Entregado al conocimiento de los objetos del
mundo, practicando la duda como la vía de la certeza, vivo entre y
para las cosas, sin pensar en mí, en mis fines, mi dicha, mí
salvación. Más bien estoy olvidado de mi y satisfecho de
alcanzar semejantes conocimientos.
La
cosa se vuelve otra cuando me doy cuenta de mí mismo en mi
situación.
El
estoico Epícteto decía: “El origen de la filosofía es el
percatarse de la propia debilidad e impotencia.” ¿Cómo
salir de la impotencia? La respuesta de Epicuro decía:
considerando todo lo que no está en mi poder como indiferente
para mi en su necesidad, y, por el contrario, poniendo en claro y en
libertad por medio del pensamiento lo que reside en mi, a saber, la
forma y el contenido de mis representaciones.
Cerciorémonos
de nuestra humana situación. Estamos siempre en situaciones.
Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si estas no se
aprovechan no vuelven más. Puede trabajar por hacer que cambie la
situación. Pero hay situaciones por su esencia permanentes,
aun cuando se altere su apariencia momentánea y se cubre de un velo
su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de
luchar, estoy sometido al acaso, me hundo inevitablemente en la
culpa. Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia
las llamamos situaciones límites. Quiere decir
que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos
alterar. La conciencia de estas situaciones límites es después del
asombro y de la duda el origen más profundo aún, de la filosofía.
En la vida corriente huimos frecuentemente ante ellas cerrando los
ojos y haciendo como si no existieran. Olvidamos que tenemos que
morir, olvidamos nuestro ser culpable y nuestro estar
entregados al acaso. Entonces sólo tenemos que habérnoslas con las
situaciones concretas, que manejamos a nuestro gusto y a las
que reaccionamos actuando según planes en el mundo, impulsados por
nuestros intereses vitales. A las situaciones límites reaccionamos,
en cambio, ya velándolas, ya cuando nos damos cuenta realmente
de ellas, con la desesperación y con la reconstitución: Llegamos a
ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia de
nuestro ser.
Resumamos.
El origen del filosofar reside en la admiración,
en la duda, en la conciencia de estar perdido. En todo caso comienza
el filosofar con una conmoción total del hombre y siempre trata de
salir del estado de turbación hacia una meta.
Platón
y Aristóteles partieron de la admiración en busca de la
esencia del ser.
Descartes
buscaba en medio de la serie sin fin de lo incierto la certeza
imperiosa.
Los
estoicos buscaban en medio de los dolores de la existencia la paz
del alma.
Cada
uno de estos estados de turbación tiene se verdad, vestida
históricamente en cada caso de las respectivas ideas y lenguaje.
Apropiándonos históricamente éstos, avanzamos a través de ellos
hasta los orígenes aún presentes en nosotros.
El
afán es de un suelo seguro, de la profundidad del ser, de
eternizarse.
Estos
tres influyentes motivos –la admiración y el conocimiento, la
duda y la certeza, el sentirse perdido y el encontrarse a sí mismo–
no agotan lo que nos mueve a filosofar en la actualidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)